Dr. Efrén Vázquez Esquivel
Un día 10 de diciembre como el de hoy, pero del año de 1948, justo tres años después de que en fecha 2 de septiembre de 1945 se puso fin a la Segunda Guerra Mundial, como resultado de la reflexión sobre el holocausto judío decretado por los nazis con el nombre de “La solución final”, medida que pretendía acabar con todos los judíos, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en su resolución 217ª (III) proclamó la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH).
Con base en las leyes racistas de Nürnberger, se estima que el holocausto cobró la vida de seis millones de judíos en centros de concentración y guetos, de los cuales un millón eran niños; pero no sólo los judíos fueron marcados por los nazis como diferentes; también los gitanos, los republicanos españoles, los polacos, los masones, los comunistas, los testigos de Jehová, los discapacitados, los enfermos mentales y los homosexuales, fueron víctimas del genocidio motivado por el racismo, la xenofobia y la intolerancia.
Han pasado ya 76 años del fin de la Segunda Guerra Mundial, la más devastadora de la historia de la humanidad con la cual se probó una vez más el postulado de Aristóteles sobre la posibilidad de perfección del hombre por medio de las leyes y la justicia: “El hombre alcanza su perfección por medio de las leyes y la justicia, dentro de la ley es el mejor de los animales; pero fuera de la ley y la justicia es el peor de los animales”. Además, esta guerra hizo pensar a los jefes de estado en la necesidad de marcar las directrices para hacer florecer los derechos humanos, para evitar otro holocausto.
Que diferencia tan grande hay entre marcar personas para apartar, excluir, incomunicar y desaparecer, y marcar directrices para educar a todos los seres humanos orientándose por los principios de igualdad y libertad, en los cuales se fundamentan los derechos humanos; por este camino, pronto se da uno cuenta que lo más valioso por lo que merece luchar es por la defensa de la dignidad humana.
Marcar para segregar y exterminar es una acción perversa motivada por el temor generado por la ignorancia, la intolerancia y los sentimientos encontrados de inseguridad y superioridad; en tanto que marcar directrices para formar ciudadanos justos, lo que implica colocar como eje central de la educación los fundamentos de los derechos humanos: la libertad y la igualdad, es el resultado de experiencias vividas que nos han hecho ver que el sentido de la vida –camino que indefectiblemente conduce a la muerte– es buscar la felicidad, para lo cual se requiere vivir dignamente.
Y dado que la dignidad como facultad de autodeterminación (elegir fines y buscar los medios adecuados para alcanzarlos) y como respeto al otro (no sacar a todo lo que es de su esencia primitiva) implica el reconocimiento de que el hombre, como especie, no como género, es-un-ser-con-otros, lo que, quiérase o no, exige colocar los derechos humanos como pilar fundamental en todos los niveles de la enseñanza.
A estas consideraciones llegaron los jefes de estado que signaron la DUDH, al reconocer que el desconocimiento y menosprecio de estos derechos fue lo que originó “los actos de barbarie y ultrajantes para la conciencia de la humanidad”.
Los derechos humanos, como se sostiene en el preámbulo de la Carta de la ONU, “son la aspiración más elevada del hombre, la posibilidad de que los hombres de todas las razas y todas las naciones puedan vivir libres de temores y disfruten plenamente de la libertad de palabra y de la libertad de creencias”.
Pero, para que sea posible vivir bajo un clima de paz social y todos, hombres y mujeres, podamos crecer en dignidad y crecimiento económico teniendo como orientación los principios de libertad e igualdad, sostiene también la Carta de la ONU, es “esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión”.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU consta de 30 artículos, el respeto de cada uno de estos derechos es indispensable para la conservación y elevación de la vida. Por razón de espacio, sólo citaré textualmente los tres primeros artículos: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.
“Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición. Además, no se hará distinción alguna fundada en la condición política, jurídica o internacional del país o territorio de cuya jurisdicción dependa una persona, tanto si se trata de un país independiente, como de un territorio bajo administración fiduciaria, no autónomo o sometido a cualquier otra limitación de soberanía. Y el tercero dice: Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona. (Nota: la próxima semana continuaré con la serie de artículos sobre los derechos humanos en la historia del constitucionalismo mexicano).